¿Sabes ese momento en el que alguien te dice con toda la seguridad del mundo cómo deberías vivir tu sexualidad… y tú piensas: “¿y tú quién eres, el sheriff del placer?”
Pues de eso venimos a hablar.
Todavía hay mucha gente confundiendo conceptos básicos como si estuviéramos en 1982. Así que vamos a poner orden con cariño, pero también con un poco de mala leche (la justa).
Primero: no es lo mismo sexo, género y orientación
Sexo biológico es lo que te ponen en el papel al nacer: pene, vulva o intersexual. Eso es todo. No dice nada más de ti.
Identidad de género es lo que tú sientes que eres. Hombre, mujer, ambos, ninguno, algo en medio… Aquí no manda ni tu DNI ni tu abuela.
Orientación sexual es quién te atrae: hombres, mujeres, personas en general o nadie. Y tampoco es algo que elijas. O te pasa… o no.
Ahora viene lo divertido:
¿Y eso qué tiene que ver con el placer?
Absolutamente todo y, a la vez, nada. Porque el error es pensar que lo que tienes entre las piernas, cómo te identificas o quién te gusta… define cómo tienes que disfrutar el sexo.
Pues no.
Unos ejemplos para que nos entendamos:
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Un hombre hetero puede disfrutar del juego anal sin que eso lo convierta mágicamente en gay.
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Una mujer trans puede gozar con estimulación en su pene. ¿Sorpresa? Es una mujer igual.
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Una persona no binaria puede usar vibradores, dildos o lo que le dé la gana. Porque el placer no tiene género.
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Un gay puede no disfrutar del sexo anal, y no por eso es “menos gay”.
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Una chica hetero puede usar un arnés y quedarse tan pancha. No pasa nada. Se llama explorar.
Y si ahora estás pensando: “vale, pero eso es raro”, es que has vivido demasiado tiempo atrapado en un catálogo de El Corte Inglés versión 1995.
¿Por qué cuesta tanto entenderlo?
Porque llevamos años —siglos, en realidad— recibiendo el mismo mensaje:
"Si eres X, te tiene que gustar Y. Y si no… algo falla."
¿Sabes qué?
No falla nada.
Lo que falla es el sistema de reglas que nos han metido en la cabeza desde pequeños.
Lo que excita no define quién eres
Tocar, probar, jugar, cambiar, pedir, experimentar… no borra tu identidad. Al revés. La construye.
Nadie se ha “convertido” en nada por probar un juguete, por tocarse diferente, o por descubrir algo que no esperaba.
Lo único que pasa es que te conoces mejor.
Y eso es sexy, no raro.
Tu cuerpo es tuyo. Y nadie tiene derecho a decirte cómo usarlo.
Ni tu pareja.
Ni tu entorno.
Ni yo.
Ni nadie.
Y si algo te da gustito, te hace sentir bien y lo haces con respeto...
Hazlo.
Repite.